El Obelisco de la Plaza Francia

Esta tarde, mirando fotos y comentarios en las redes sociales, me encontré en Facebook con una frase de la bella periodista venezolana Faitha Nahmens expresando su emoción por la multitud que plenó la Plaza Francia (después de haber sido ordenada su militarización y proclamada su “toma y liberación” por parte del Poder del Estado): “…Altamira, el punto de encuentro en la brújula de la libertad…

No sé qué pasó por mi alma a través de esos mecanismos de precepción de lo invisible, pero confieso que me sentí atravesado, traspasado literalmente. La palabra brújula cobró un sentido que me impulsaba a buscar más, como esos marineros en medio del océano o esos caminantes del desierto que dependen de una aguja imantada para encontrar el norte…para no seguir perdidos, para llegar.

Sin dudarlo me fui sólo a la plaza Francia de Altamira para buscar la respuesta, para buscar que era lo que se me estaba revelando. Al llegar encontré mucha gente. No solo a los vecinos de Chacao. Ahí había gente de toda Caracas y de todas las clases sociales posibles. Sin embargo, el núcleo energético que se estaba conformando alrededor de la plaza no era múltiple o plural…era realmente monolítico. La plaza empezaba a iluminarse y los efectivos de la Guardia Nacional se estaban terminando de retirar hacia las partes bajas cercanas a la autopista. Para mi es imposible describir la energía poderosa que sentí en ese momento. Lo que estaba ocurriendo no era normal. Era absolutamente para-normal y estaba más allá de la política, de lo social, incluso de lo individual. Tal vez lo más parecido a esa manifestación natural, intensa, cósmica por así decirlo y verdadera de la energía nucleada de esa manera, era la luz del atardecer y la inexorable rotación de la tierra.

Muy conmovido, apenas pude sentarme en un banco del borde izquierdo de la plaza y fue allí donde pude entender, lo indescifrable, indescriptible. Crónica anímica que culmina en una corriente de energía pura, girando encarnada por seres humanos alrededor del Obelisco iluminado de la Plaza Francia.

Y he aquí la respuesta y la revelación: El Obelisco de la Plaza Francia de Altamira. Ya hacía unos años que en una charla sobre los símbolos en el Centro de Estudios Junguianos de Caracas, había compartido con mi amiga, la poeta Astrid Lander y sus alumnos de literatura, la simbología de los obeliscos. Llamados así de manera irónica por los griegos (ὀβελίσκος) y traducido al español como aguja o sarta que atraviesa. Pero lo griegos, aún en su aspecto pragmático, siempre aciertan. Sin saber su verdadero significado, se asombraron de estos monumentos egipcios, cuyo misterio está envuelto en secretos más hondos e inmemoriables que el de las propias pirámides. Símbolo solar, de energía, eran en efecto la señalización de puntos geográficos de intensa fuerza electro-magnética, que en definitiva y según los físicos cuánticos y los astrofísicos rige de manera primordial todo el universo.

Desde el primero de ellos conocido, el del Faraón Userkaf (2.500 AC) los obeliscos han sido y son monumentos sagrados. Tan sagrados que en el mundo hay apenas unos pocos, y los que se han erigido, se han mantenido dentro de esos cánones sagrados. Aunque en el Cairo y en Luxor todavía están algunos Obeliscos, los originales de las dinastías faraónicas, fueron trasladados a ciudades europeas emblemáticas y con puntos de magnetismo evidente como el Obelisco del Faraón Tutmosis II que está en Londres sobre las aguas del río Támesis, el del Faraón Ramses II en la Plaza de la Concordia de París, el del Faraón Tutmosis III en el Central Park de New York, y el extraordinario Obelisco de Estambul, que llevara el emperador Constantino para erigirlo en el centro magnético del nuevo imperio romano. Pero para mí y el más emblemático de todos (el de un faraón desconocido de la V dinastía) fue el llevado por el emperador Augusto desde Alejandría a Roma y finalmente erigido en el mismo centro y corazón de la cristiandad por el Papa Sixto V en la propia plaza de la ciudad del Vaticano, donde se reúnen cientos de miles de fieles de todas la religiones a su alrededor en las horas santas o sagradas.

En América y de construcción moderna, destacan el de la ciudad de Washington, el de la Plaza de Mayo de Buenos Aires Argentina, el de México en honor a Bolívar, el de Lima Perú, el de Santo Domingo y el del Santiago de Chile. Es sin embargo en Venezuela donde nos encontramos con una trilogía de Obeliscos. El de la ciudad de Barquisimeto, el de la Plaza 5 de julio en Maracaibo y el de la Plaza Francia de Altamira en Caracas. Este último imaginado, concebido y construido bajo la tutela del Arquitecto Luis Roche, guardando de manera rigurosa, la proporción numérica en la correspondencia numérica-sagrada. Junto al Dr. Roche estuvieron el arquitecto Arthur Kahn nacido en Estambul, llamándose a los constructores del túnel de Río Hudson para poder erigirlo. El gobierno francés de la época por convenio con el gobierno venezolano lo inauguraron junto con la plaza que a partir de ese momento se llamó Plaza Francia.

Siempre me pregunté desde el año 2003 y ya dentro de este proceso (que para mí ya no es meramente político ni social) de la humanidad entera y cuya replica en Venezuela se enervó de manera evidente: qué tiene la Plaza Francia de Altamira? Cuál es su fuerza que convoca a parte de un pueblo a resistir de manera persistente en ese lugar? Por qué además los factores del Poder también sucumben a su energía y la ponen como punto de honor? Qué pasa y por qué esta plaza está tan marcada y a su vez nos marca tanto?

Hoy, en medio de la última rotación del día en este punto geográfico del planeta, en medio de este atardecer mezclado con el ruido de las aguas, y desde la base en la tierra hacia la punta piramidal y fantástica de su estructura, tuve de manera contundente la respuesta. Una respuesta en forma de energía irreprimible, pura, original, telúrica, y sobro todo en plena manifestación. Ese Obelisco, como una aguja-imán de la brújula liberadora de energía (como presintió y denominó la bella Faitha), me marcó para toda la vida, atravesándome de manera lineal, revelándome que el poder de los gobernantes es una ilusión, un artificio. Que los ciclos van y vienen y que la humanidad no se encuentra como pensamos sujeta y determinada al poder de los hombres sobre los hombres, sino regida por las fuerzas invisibles que desde siempre nos han dado la vida y la conciencia universal.