La luna es una mujer

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La Luna es una mujer. Y como ella, la rotación de su esencial corazón es provocada por una fuerza misteriosa; el mismo misterio que provoca la transformación de las aguas. Más sin embargo, la respuesta ha estado siempre al alcance de la mirada de manera cíclica y constante con la llegada de cada noche: un brillo que te llama y te determina desde la oscuridad. Esa hendidura húmeda y pulsante que se va abriendo y cerrando en cambios incesantes, hasta provocar por un instante apasionado, la circularidad, lo circular, lo curvo, lo continente: la unidad. A lo largo de mis noches, siempre ha persistido su presencia, aunque sea soñada. Ella ha sido fiel a través de todas mis ventanas, así esté plena o casi vacía y oscura. A solas con su imagen, la miro largamente y es verdad… ella ha estado allí toda mi vida: íntima y al mismo tiempo cósmica. Al igual que la Luna, ella rota ante ti, para que tu mirada abarque lo visible y lo invisible. Ella aparece y desaparece. Solo su paso transido por el horizonte te hará ver con los ojos abiertos para entender con los ojos cerrados y convertirse así en la evidencia del universo entero. Ella no solo es tu destino, pues aunque provoca y determina los períodos de tu vida, es también la que los unifica dándole sentido. Cuando eres amado por una mujer, sabes lo que significa la pleamar: esa relación entre tu alma y las mareas, pero sobre todo te será revelado el secreto, cuando te alcance su lluvia, esa lluvia que al caer reverdece los prados de la soledad, los labios y la mirada. Ahora que los ciclos de mi vida están regidos por el amor de una mujer, comprendo el sentido de la lluvia cuando cae y me dejo empapar completamente por ella. Me dejo hacer lo que solo ella puede hacer en la oscuridad luminosa de sus ritmos, y regalarle en correspondencia amorosa con la llegada del alba, mis miradas y mis brazos, pero sobre todo y de manera inevitable, ingentes cantidades de ese rocío fecundante que aflora por mi cuerpo desde las vertientes del alma.