una mujer desnuda

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Una mujer desnuda es como la noche. Allí lo terrestre se vuelve astral de nuevo, recobra su cualidad de universo. Así, cuando ella emerge de la noche, con su desnudez, la luz solar que nos enceguece, se apaga y aparece ese otro brillo que pertenece a la sombra más reveladora, una verdad despojada y abierta que nos devuelve al paraíso. Una mujer desnuda no es como la flor, que se abre a la luz, pero solo vislumbra su promesa. Una mujer desnuda se parece más al interior de esa fruta madurada, en cuyo centro se produce la consumación final del ciclo luminoso, el misterio contenido de todas las dulzuras. Cuando una mujer te dice al oído: “voy a despojarme para ti, desnuda”, todo lo visto con los ojos abiertos se revoca y entonces, ella se convierte en tu destino irresistible, inevitable. Una mujer desnuda es también como la tierra soñada, esa tierra que parece inalcanzable e interminable, cuyos límites son sus extremos suaves de mujer de donde nunca, nunca quisieras salir. Una mujer desnuda es un paisaje único y plural, lo inefable al alcance de los labios y las manos, una mujer desnuda es un paisaje ondulante, movible y oceánico: conchas marinas, palmeras oscilando con el viento, estrellas de mar que solo se pueden ver son los ojos cerrados, en esa oscura belleza que guarda la densidad de su cuerpo. Hoy, cierro mis ojos al mundo visto con los ojos a la luz, para evocar a esa mujer desnuda y su paisaje nocturno, oceánico y movible…después de descubrir desde el alma, con asombro y delicia, dónde está, dónde queda en esos espacios amables de su cuerpo, la ventana para ver semejante paisaje…