La canción de cuna de Brahms

Johannes Brahms encarna para mí el espíritu más profundo del romanticismo. Mientras sus críticos se debaten entre su retorno a las formas clásicas o la audacia y la libertad más extrema de muchas de sus obras, no podemos dejar de sentir ese recorrido entre ascensos y descensos que va desde la hondura más sombría a la luz más intensa y extraordinaria, todo ello muy unido, amalgamado en el alma de este hombre sensible y al mismo tiempo solitario y reservado.

El gran amor de su vida fue sin duda Clara Schumann. Este amor inconmensurable y sublime tuvo inicialmente el estigma de los amores imposibles, pues tanto Clara como él, amaban demasiado a Robert Schumann, como para convocar su manifestación física o su materialización. Sin embargo a la muerte de Schumann y a la devastación emocional que esto causó en ambos, sobrevino para ellos lo que yo he llamado la experiencia más vívida de intimidad entre dos almas enamoradas. Las pocas cartas que perduraron y que guardaron los hijos de Clara con extrema reserva para protegerlos a los tres (Clara, Robert y Johannes), revelan la calidad y la refinación de ese amor.

El viaje por el Rin que los amantes llevan a cabo durante 20 noches del año 1858 bajo las estrellas de agosto, ese pasar por las esclusas y el canto de las aguas sobre las luces amarillas de las ventanas redondas de la embarcación, abrieron también las esclusas de su pasión retenida y sublimada por el tiempo y a pesar del tiempo (Clara era trece años mayor que Brahms).

Quien pueda escuchar el Adagio del concierto para piano y orquesta No 2 y su diálogo amoroso con el chelo, podrá darse una idea de la naturaleza y la manifestación de ese amor, ello sin contar con las maravillosas canciones dedicadas a Clara y los famosos intermezzos Op. 117 y 118 también dedicados a ella y que Brahms llamó las mariposas de mi tristeza.

Fue sin embargo y a razón de algunas de sus otras canciones que Brahms dedicó con entusiasmo a la dulce soprano sueca Jenny Lind, que Clara Schumann dejó de hablarle a Brahms. Nunca aclararon el asunto, nunca pudieron volver a verse las almas como antes, y Brahms tuvo que interrumpir sus puntuales y reiterativas visitas atardecidas a la casa de Clara en Viena. Sólo el 15 de mayo de 1896 y en el umbral de su muerte Clara mandó a llamar a Johannes para despedirse, abrazarlo y verlo por última vez. Brahms no soportó esto… y exactamente un año después muere para ser sepultado junto a la tumba de Clara y Robert.

Pero he aquí un paréntesis en la vida amorosa de Brahms que posee una ingenua y singular belleza. Y hablamos de su canción de cuna o mejor conocida como Wiegenlied, cuya melodía y letra posee realmente una atmósfera única e irrepetible:

Buenas noches, buena noche, adornada de rosas,

Envuelta en claveles… un deslizamiento por el marco de la ventana.

Temprano mañana, si Dios quiere, que se despierte una vez más.

Temprano mañana, si Dios quiere, que se despierte una vez más.

Buenas noches, buena noche. Guardado por lo angélico,

¿Quién le muestra su sueño a ese niño del árbol?

Dormir en paz y dulcemente, ver el paraíso en sus sueños.

Dormir en paz y dulcemente, ver el paraíso en sus sueños.

La Canción fue escrita y dedicada al segundo hijo de la soprano Bertha Faber en 1868. Mucho antes, en el año 1854, Brahms y Bertha se habían enamorado cuando ella cantaba junto a las muchachas de su coro de mujeres en Hamburgo. Durante los descansos en la jornadas de canto o mientras la acompañaba en las caminatas nocturnas de regreso hacia su casa, ella le susurraba a Brahms en el oído, una suave melodía vienesa a modo de Vals. Los amores se acabaron, pero la amistad perduró en el tiempo, al igual que la melodía en el alma de Brahms.

Con el advenimiento del niño de Bertha, Brahms compuso en forma de canción de cuna  un perfecto contrapunto musical de la canción de amor que Bertha le cantaba al oído. Cuando le llevó la canción de regalo, la partitura tenía la siguiente nota de Brahms dirigida de manera por demás audaz al marido de Bertha: “…se dará cuenta que escribí ‘Wiegenlied’ para el pequeño de Bertha. Le parecerá que. . . mientras ella se la canta al pequeño Hans, alguien le canta a su vez a ella una canción de amor.”

Bertha cantó muchas veces para Brahms y para el público de Viena la Canción de Cuna … nos imaginamos como podía latir el corazón y el alma de esta mujer mientras le cantaba a sus dos amores una misma canción.