Antonia Pozzi

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La colina es oscura en el cielo claro.

Allí se enmarca tu cabeza, que mueves apenas

 y acompaña ese cielo. Eres como una nube

vislumbrada entre ramas. En los ojos te ríe

la extrañeza de un cielo que no es tuyo.

 

La colina de tierra y de hojas encierra

con su masa negra tu vivo mirar;

tu boca tiene el pliegue de una dulce hondonada

entre costas lejanas. Pareces jugar

bajo la gran colina y el claror del cielo:

para agradarme repites el paisaje antiguo

y lo vuelves más puro

 

Pero vives en otra parte.

Tu tierna sangre se hizo en otra parte.

Las palabras que dices no se avienen

con la áspera tristeza de este cielo.

No eres más que una nube dulcísima, blanca,

enredada una noche entre ramas antiguas.

 

Cesare Pavese.

La lengua italiana, tal vez la última de las lenguas románticas en constituirse (siglo XIII), ha estado sometida al intenso ciclo de cambio y revolución sensible, místico e intelectual que ha caracterizado a los hombres y mujeres de esa parte del mediterráneo. Más allá del culto y clásico Latín y mucho después de la trova Provenzal irrumpe esta lengua, cuya primera manifestación literaria y poética es casi sin duda aquellas Fioretti de San Francisco de Asís, y los cantos amorosos de los santos juglares de Dios. Poco después de la revolución mística de Francisco, y a través de esta lengua recién nacida, surge uno de los paradigmas humanos en su máxima expresión de potencia creadora: Dante Aligheri con su magnífico viaje de purificación redentora hacia la contemplación inefable de Dios. Nuevamente la revolución humana que constituyó el Renacimiento, tiene su máxima expresión poético-literaria en El Cancionero del Petrarca y buena parte de los artistas Florentinos incluyendo a Miguel Angel quien compuso sonetos de la belleza extraordinaria.  Ya en el Cinquecento, empiezan a surgir mujeres con una voz poética inspirada y apasionada como Vittoria Colonna, Gaspara Stampa, Tullia D´Aragón y Verónica Gambara. Aún bajo la influencia de Petrarca, la literatura italiana sigue provocando movimientos novedosos como el Marinismo que se mantuvo vigente en el barroco y neoclasicismo hasta la llegada del romanticismo y Giacomo Leopardi quien con sus Canti, no sólo se convirtió en la voz más pura del romanticismo italiano, sino del romanticismo universal a través de una voz poética que nos impone una profunda y desesperada visión del mundo determinado por la soledad, el dolor, y la muerte.  Como siempre, ha sido el impulso renovador y purificador del alma italiana, lo que dará la pauta a las manifestaciones literarias. El gran movimiento que se denominó II Resorgimento guiará a los pensadores y poetas italianos, hacia el Novecento, que verá nacer a Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, y a Cesare Pavese.  Es aquí, en este punto del transcurrir literario de la península donde hace su aparición la voz poética, encarnada en la muchacha que fue Antonia Pozzi. Nacida en Milán en 1912, a los veinticinco años había sido tal vez la única mujer de su generación en culminar estudios superiores y postgrado en letras en la universidad de Milán, siendo por lo demás, la alumna más destacada. Mujer de una belleza física y espiritual extraordinaria, a los veintiséis años ha escrito la totalidad de su obra poética (el poemario Palabras –Parole- Pozzi, Milán 1938) bajo la premisa de una ética-poética de vida que no le permitió concesiones ni amparos a su incesante e intensa visión de la existencia, como un tránsito apasionado, amoroso, pero determinado por la profunda soledad y el desarraigo, en un mundo no menos amado que ajeno, desde donde vislumbra la otra orilla infinita. Así, esta mujer que nos ofrendó su canto y su amor, nos ofrenda también su vida el 3 de Diciembre de 1938, envuelta en los crepúsculos de la campiña lombarda.

FUNERAL SIN TRISTEZA

Esto no es estar muertos.

Esto es volver al pueblo, a la cama.

Claro está el día

como la sonrisa de una madre que había esperado

Campos de escarcha

árboles de plata

crisantemos rubios

las niñas vestidas de blanco con velos color de aljófar

voz del color del agua aún viva entre de tierra.

Las llamas de las velas desmayadas en la luz matutina

dicen lo que es este desvanecer de las cosas terrenas.

Dulces, este volver de los humanos por puentes aéreos de cielo

por cándidas cresta de montes soñados

a la otra orilla

a los prados del sol.

 

Ese desarraigo del mundo, esa soledad impuesta por un espíritu de potencia sensible desbordante, no podía permitirse el amparo ni el consuelo de nada que no fuera el propio latido esencial de su interior. Es verdad que ella ama profundamente las colinas leopardianas, que su mirada retorna hacia el mundo de Virgilio, de Cátulo, que su alma es hermana de la de Safo, que sobre sus dulces hombros pesan todas las circunstancias históricas y sociales que su entorno le impone. Pero esa mujer ha decidido que el camino a seguir no acepta descanso ni apoyo. Ella se aparta de todos los movimientos de vanguardia en cierne. Más allá del surrealismo recién proclamado, del hermetismo cuyas determinaciones estéticas serán superadas más tarde por sus contemporáneos, en especial por Cesare Pavese (1908-1950), está vibrando, está existiendo esta mujer que se interroga así misma por esa existencia que le empuja inexorablemente a la soledad.

SOLEDAD

Aunque el olor de las hojas nuevas te despierte a un deseo de humanos sol

y el ocaso aún no transfigurado en noche

te empuja por caminos de tierra,

lejanos los umbrales apagados del cielo,

inútilmente buscas a quien pueda en esta hora

llegar a través de tu deseo junto a tu corazón.

Verdad es que nadie llega a tu corazón inaccesible.

El está hecho solo.

Réprobo a los gritos de sus golondrinas.

 

VOZ

Tenía voz en ti el universo de las cosas mudas

las esperanza que está sin alas en los nidos

que está bajo tierra no florecida.

Tenía voz en ti el  misterio de la tarde

lo que junto a una muerte quiere tornarse vida.

El hilo de hierba bajo hojas podridas.

La risa primera de un niño salvado

al lado de una agonía

en un corredor de hospital.

Ahora, cuando de las altas ramas de los campanarios

cae un repique

y en el corazón se hunde

como un fruto en el campo arado

entonces,

tiene voz tú en mí

con esa nota amplia y sola

que dice los sueños sepultados del mundo

y la oprimida nostalgia de la luz.

 

Oprimida nostalgia de la luz. Como una flor amanecida en los sueños sepultados del mundo, esta mujer clama desde una isla de luz donde la muerte quiere tornarse en vida, con una voz y un canto sereno, abarcante, como el de una campana. Canto que nos hunde de nuevo en la tierra como los frutos. Ella ha decidido desprenderse del mundo. Ella ha entrado en el camino del morir. Pero no por que odie a ese mundo;  muy por el contrario, ella ha amado demasiado. Aún desde su interrogada existencia, ella ha amado a todas las cosas de este mundo y sobre todo, a las cosas mudas, a la hierba que se levanta sobre las hojas podridas, a la risa de un niño resucitado, con un deseo, una esperanza ya sin alas, hundida en la tierra, lejos de la flor decidida a dejar constancia de ese amor que se irá también inexorablemente como ese mismo niño perdido entre sus manos. Un alma que ya no acepta la existencia en este mundo. Un cuerpo que tampoco se la otorga más allá de ella misma, porque Dios ya no nos mira, porque no pudimos ser liberados en él.

HUBIERA SIDO

Anuncio hubiera sido de lo que no fuimos.

De lo que no fuimos y ya no somos más.

La poesía amada por nosotros y nunca del corazón separada

Tú la habrías cantado con tus gritos de niño.

La única espiga eras tú

el tallo de nuestra inocencia bajo el sol..

Mas te quedaste allá con los muertos

con aquellos que no nacieron

con las aguas sepultadas

apagado amanecer a la lumbre de las últimas estrellas.

No ocupa ahora tierra sino sólo corazón

tu invisible ataúd

alma

y tú has entrado en el camino del morir.

 

MATERNIDAD

Pensaba tenerlo en mí antes que naciera

mirando el cielo, la hierba, los vuelos de las cosas livianas,

el sol, para que todo el sol bajara en él.

Pensaba tenerlo en mí tratando de ser buena,

buena para que toda la bondad vuelta sonrisa creciera en él.

Pensaba tenerlo en mí hablando a menudo con Dios

para que Dios lo mirara y nosotros fuéramos libertados en él.

 

La muerte, la vida, la muerte: el amor, una sola estancia, único lugar para esta mujer en flor, para esta mujer-flor, para esta muchacha enamorada.  Nunca hubo un antes, no existe después, sólo el instante, breve y apasionado, apasionado al extremo de abrirse en una sonrisa de pudor, sonrisa santa, que dice las grandes entregas.  Ella, como una gran amante, lo sabe.  Ella se fragmenta, esparce su aroma como si fuera su hijo, que le sobrevive y se queda con nosotros para iluminar la tierra.

PUDOR

Si alguna de mis palabras

te deleita

y tú me lo dices

aunque sea sólo con tus ojos

Yo me abro

en una sonrisa santa

mas tiemblo

como una madre pequeña, joven

que empieza a sonrojarse

si un pasante le dice

que su hijo es bello.

 

REFLEJOS

Palabras – vidrio

que infielmente

reflejas mi sueño –

en vosotras pienso después del ocaso

en una oscura calle

cuando sobre los cuencos cae una lluvia de vidrios

fragmentados a lo largo

esparcida en la tierra iluminada.

 

Breve instante, como una mirada, como la lluvia, como los sueños tal vez, nacidos en el reflejo de un cielo que no es, ni será suyo. Instante apasionado del que sólo queda el llanto y una áspera nostalgia de enamorada.

AMOR DE LONTANANZA

Recuerdo en la casa de mi madre

en medio de la llanura

una ventana que se abría

a los prados; al fondo, la orilla boscosa

escondía al río Ticino, aún más al fondo

Había una líneas sombría de colinas.

Yo había visto el mar

tan solo una vez, mas le guardaba

una áspera nostalgia de enamorada.

Hacia la tarde fijaba el horizonte

entornando un poco los ojos, acariciando

contornos y colores en las pestañas

y la línea de colinas se suavizaba

trémula, azulada: a mí me parecía el mar

y me gustaba más que el mar verdadero.

 

LA VIDA SOÑADA

Quien habla conmigo

no sabe que yo he vivido otra vida

como aquel que te dice un cuento o una parábola santa.

Porque tú eras la pureza mía,

tú cuyas lágrimas dulces corrían en la profundidad de los ojos

si mirabas hacia arriba y así te parecía más hermosa.

Oh velo tú de mi juventud

mi vestidura clara, verdad desvanecida

Oh mundo luminoso de toda una vida que fue sueño tal vez.

Por haberte soñado mi vida querida

bendigo los días que me quedan

que sirven para llorarte.

 

Desde su interrogada existencia, ella nos dice que nuestro destino es la imposible pureza, la soledad del desierto, la soledad infinita del desierto, nosotros tan fugaces como aquella Retama o flor del desierto que nos diera Leopardi.  Pero esa mujer, como flor del desierto, sigue sin hacerse concesiones, sigue amando, pero sin concesiones.  Tal vez y únicamente la de la oración, la de la plegaria, pero aún así, sin ritual: una plegaria despojada.

 

PLEGARIA A LA POESIA

Oh tú bien me pesas

el alma Poesía:

Tú sabes si fallo y me pierdo

Tú que entonces te me niegas

y callas.

Poesía, contigo me confieso,

pues eres mi voz más profunda.

Camine por un prado de oro que era mi corazón

roto la grama, pisoteado la tierra

esa tierra donde me diste el más suave de tus cantos

donde al amanecer por primera vez

vi volar una alondra en el sereno

y con los ojos traté de subir.

Poesía, poesía que eres mi remordimiento más profundo

ayúdame tú para que vuelvas ha encontrar

mi alta comarca abandonada.

Poesía que sólo te entregas

a quien con ojos de llantos te busca

hazme digna de ti nuevamente.

Poesía que me miras.

 

Ah! volver.  Volver aunque sea sólo un instante, para dejar constancia de ese amor, soñado amor que sale de las sombras para volver. Fugaz pero intensa evidencia de la existencia, transfigurada en un inmenso cielo de verano al amanecer, breve y profundo como el trino de una alondra que mide la dorada y abarcante eternidad.

 

LA ALONDRA

De la sombra de los olmos

salíamos al camino

para volver

Sonreíamos al mañana

como niños tranquilos

Nuestras manos unidas

componían un fuerte caracol

que custodiaba la paz

y yo estaba tranquila

como si tú fueras un santo

que aplacas la inútil tempestad

y caminas sobre el lago

Yo era un inmenso cielo de verano

al amanecer

sobre infinitas siembras de trigo

y mi corazón

una alondra que trina

midiendo la eternidad.

 

Esta mujer se ha ido, está muerta.  Nuestro pecho, nuestras manos, nuestros ojos han recibido su despedida y su evidencia, sin poder ampararla, sin poderla mirar a los ojos, sin poder abrazarla.  Solo una débil fragancia de silencio perdura entre la multitud de voces, ahora acrisolada en nuestro esencial corazón.  No hay un solo crisantemo en el mundo para ella, no hay bendición que no sea la de sus amadas montañas, la tristeza eterna de las campanas y una ardiente sed.  Pero hemos de llorar por ti, hemos de buscar, de soñar tu crisantemo.  El está aquí, donde sabemos nuestro llanto que tú vuelves más puro, porque vives en otra parte.  Tu tierna sangre se hizo en otra parte.  Las palabras que dices no se avienen con la áspera tristeza de este cielo.  No eres más que una nube dulcísima, blanca, enredada una noche entre ramas antiguas.

 

NOVIEMBRE

Después – sucederá que yo me vaya –

quedará algo

de mí

en el mundo

Quedará una débil fragancia de silencio

en medio de las voces

una tenue aliento blanco

en el corazón del azul

y una tarde de noviembre

una niña hermosa

en la esquina de una calle

venderá tanto crisantemos

y las estrellas os serás frías verdes remotas

Alguien llorará

quien sabe dónde – quien sabe dónde

alguien buscará el crisantemo

para mí

en el mundo cuando deba marcharme sin retorno.

 

DESPEDIDAS DE LAS MONTAÑAS

Esta es la prueba de que ustedes me bendicen

montañas.

Si en la hora de la despedida

la iglesia

me recibe con su blancura de sol

y con fuerza abraza mi tristeza

el canto de las campanas al mediodía.

En la pequeña plaza

una mujer vende ciruelas rojas y amarillas

para mi ardiente sed.

En el escalón de piedra

de la fuente

brilla la hoja de una piqueta.

El agua helada

congela la sonrisa en la boca de un niña

e imprime la misma sonrisa en mi boca

 

Esta es vuestra bendición

montañas.

 Edgar Vidaurre.